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Borges. A propósito de Caradoc y de sus lectores

 

    Caradoc es una novela de hechos y de personajes, pero ante todo es una novela de personas y de circunstancias. También es un libro de lectores pensados como personas. En estos tiempos he tenido ocasión de interactuar algunos de ellos, por lo general cultos y que ya tenían el hábito de leer, o que estaban motivados por los personajes y por el relato. He podido oír sus opiniones y conversar con ellos, en algunas ocasiones delante de una mesa y de un café, sin prisas. Un buen lector se nota cuando se habla con él, del libro que está leyendo.

    He tenido ocasión pues de conocer a estos lectores y, a través de ellos, de saber cuál es el público que realmente me interesa. Son los que leen enterándose e interesándose. No es tarea fácil, al menos al principio. Es un placer duro, de los que al principio cuestan. No hay necesidad de poner comparaciones ni metáforas.

    Viene esto a cuento del lenguaje de Caradoc. Su lectura no es una lectura trivial. Si vas a buscar tópicos de hoy, ideas fáciles que te refuercen en los sentimientos provocados por tus frustraciones o por tus ansiedades, no los busques aquí. Los personajes reaccionan humanamente, frecuentemente equivocados, como entes vulnerables, por muy privilegiado que sea su estado o su condición. Eso es complejo, comprenderlo requiere estudio y atención, la enseñanza se produce después o no se produce, pero, cuando se alcanza, se obtiene un placer incomparable, como todos los placeres que al principio cuestan. Si finalmente no lo consigues, no insistas no es lo tuyo, no es tu libro. Seguro que tus amigos te aconsejan algo mejor, o tú mismo leyendo fragmentos de los que te suministra Amazon en Kindle, eso no cuesta nada y lo puedes ver en tu móvil, quizás encuentres cosas más de tu gusto.

    Borges, de quien probablemente abuso en este post, opinaba que si un libro te resultaba aburrido no debías esforzarte para que te guste, al  final no lo conseguirás y odiarás la lectura. Por el contrario, consideraba que en ese caso deberíamos dejar esa lectura y elegir otra. Pues con Caradoc haz lo mismo:

    “El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta “el modo imperativo”. Yo siempre les aconsejé a mis estudiantes que si un libro los aburre lo dejen; que no lo lean porque es famoso, que no lean un libro porque es moderno, que no lean un libro porque es antiguo. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz", (Jorge Luis Borges).

    El año 1971 apareció, publicado por la biblioteca básica de Salvat- RTVE, un experimento precursor de lo que después fueron colecciones de bolsillo en España, un librito titulado Narraciones, de Jorge Luis Borges. Su precio era de 25 pesetas, el equivalente a hoy 15 céntimos.

 

    Fue mi primer acercamiento al autor bonaerense. La primera parte del librito estaba constituido por la colección de relatos El Aleph y otros cuentos. Hoy pueden tener acceso a ellos en Universia.

    Para mí, Aleph ---yo decía Alef no Álef--- era una letra hebrea particularmente querida, por cuanto, en mis estudios de Matemáticas de COU y de Selectivo de Técnicas, había significado abrir la puerta a un mundo nuevo: el de los infinitos, en plural. Eran tantos que hubo que construir una categoría matemática nueva para ellos, la de los cardinales transfinitos. Y el Aleph sub cero era uno de ellos. Pero sólo uno: El más pequeño, el cardinal transfinito de los números naturales. Pero esos conceptos para mí eran mucho más sencillos y bonitos que la prosa de Borges.

    Había que ser un lector muy especial para leer a Borges. Supongo que si hoy se autoeditase en Amazon nadie lo leería, sería un fracaso. Pero no ha sido así. El lector de Borges constituye un público muy singular, escaso al principio, que ha crecido después y hoy, con su marchamo de calidad, hace del escritor un clásico. Así han sido las cosas. Las chonis y a los garrulos no soportan leer a Borges, pero dicen que lo leen mucho y que les gusta. No les preguntes más.

    Yo tampoco lo soportaba entonces, pero paladinamente lo reconocía. Era porque la cantidad de atención y de memoria que precisaba por página, por párrafo y hasta por frase, era muy superior a la que yo estaba acostumbrado. Personajes, lugares, hechos, … de una fabulosa erudición. Fabulosa no sólo por lo grande, sino porque sospechaba que era inventado. Después vi que muchas cosas no….

    Pero otras muchas sí, y no se distinguían las fabuladas de las ciertas. En eso estaba quizá el encanto.

    Digo esto porque, salvando todas las distancias siderales, a mí me ha pasado con Caradoc algo parecido, y sospecho que al lector también. Sólo que, en mi caso, todos los datos, lugares y la inmensa mayoría de los hechos son ciertos. Aunque casi tan complicados como los de Borges en algunos relatos, no sólo de El Aleph. Sólo he inventado lo que hasta ahora no he visto escrito en ninguna parte, y como dice Alonso, eso es mucho, es obsesivo: “Esta puntualidad obsesiva y a la vez expansiva (porque el autor no se limita a retratar un ítem puntual, sino que traza un círculo amplio en derredor de él) está en los escenarios sobre los que se desarrolla la narración (Murcia, Buenos Aires, Cartagena, Londres…) y en los personajes que se alternan en los distintos capítulos, a veces de manera incidental, pero manteniendo la densidad histórica.”

    Hay pues que recuperar ese viejo lector para un nuevo género, el de la historia , pero también sus hechos y sus personajes, novelados. Como también dice Alonso, emulándolo podríamos decir un posible nuevo género, para un viejo lector.

    “Y el mérito no es menor: muchas veces, cuando uno verifica el estado de hibridez entre ficción histórica y manual de historia de un escrito, en general termina tratándose de una novela histórica fallida, donde se advierte el estilo tambaleante de un escritor en ciernes. Pero éste no es el caso. Ni es una obra fallida, ni el autor muestra un estilo tambaleante. Es otra cosa. Algo distinto. Un posible nuevo género, para un posible nuevo lector.”

    Partiendo de unos datos ciertos y verificables, Borges en la historia del Guerrero y la cautiva, toma de un libro de Croce, La poesía,  donde este toma a su vez el relato de Pablo  el Diácono, incluso con los versos del epitafio la historia fabulada en parte y con uno supuestos que inspiran unos hechos probados, los de Droctulft pasando a defender la ciudad que primero cerca, Ravena, y los de la indita rubia de ojos azules, inglesa, que se pasa a los indios y es conforme con su nuevo estado, rechazando su cultura original.

    Todo lo hace, en el primer caso, con profusión de datos. Cita el número de la página de La poesía y la edición: En la página 278 del libro La poesía (Bari, 1942), Así como numerosos versos del epitafio, y en el segundo tomado elementos de su propia familia. Qué más verosimil que eso. En un caso y en el otro, todo contribuye a la máxima verosimilitud del relato.

    Parecido esquema narrativo podemos verlo en El Inmortal (p.533 edición de RBA Instituto Cervantes), en las Tres versiones de Judas (Ficciones. p.514, RBA), Deusche réquiem (p.576) … Todas ellas comienzan con citas eruditas y extrañas, donde nadie embebido en la lectura va a buscar, pero que dan, por mor de no dudar del autor, la máxima verosimilitud a lo que sigue.

    Tanto es así que, en el epilogo de El Aleph y otros relatos, tiene que aclarar lo que es ficticio y lo que no. Es decir, todo es ficticio menos los datos iniciales precisamente los de El guerrero y la cautiva, y la experiencia de su abuela en la frontera de Junín.

 

 

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