La galera fue una forma de transporte eminentemente murciano,
aunque no exclusivo (Larra, como veremos, habla de él como el transporte
público de la clase media), que aparece en reiteradas ocasiones en nuestra
narración o en la documentación.
Así podemos encontrarla en el capítulo 9:
En la galera va Joaquina con
su abuela Isabel Ortiz. Ella ha contribuido a pagar el transporte y parte del
entierro.
También aparece descrito por Samuel S. Cox (1870), en Search for Winter Sunbeams in the Riviera,
Corsica, Algiers, and Spain (citado en Joaquina Plana Riquelme y en Torre Caradoc de Murcia),
cuando dice
We visited the ex-minister's place in a
sort of Noah's ark of a carriage, very like an obsolete omnibus.
Por la descripción del vehículo que
utilizaron parece que describen una tartana (una especie de carro-arca de Noé,
muy parecido a un ómnibus obsoleto). El camino que describe se ajusta
completamente (para quien se ha criado allí desde su infancia en los años cincuenta
y sesenta) a la carretera de Algezares y al carril de Torre Caradoc (“Cruzamos
el río Segura, y sobre una carretera en mal estado, a través de campos
exuberantes por la inminencia de la cosecha” llegaron a la villa).
Obviamente en 1870 le parece un vehículo
obsoleto. ¿Qué diría si lo hubiese visto hasta bien entrada la década de los
sesenta del siglo siguiente, casi cien años después?
En Murcia fue muy utilizado, como el equivalente a lo que serían los taxis después, constituyendo una estampa habitual, pero también en otros lugares.
Así Larra en su artículo La
diligencia hace una sociología ad hoc
de los medios de transporte de su época y dice:
Hace pocos años, si le ocurría a usted
hacer un viaje, empresa que se acometía entonces sólo por motivos muy
poderosos, era forzoso recorrer todo Madrid, preguntando de posada en posada
por medios de transporte. Éstos se dividían entonces en coches de colleras, en
galeras, en carromatos, tal cual tartana y acémilas. En la celeridad no había
diferencia ninguna; no se concebía cómo podía un hombre apartarse de un punto
en un solo día más de seis o siete leguas; aun así era preciso contar con el
tiempo y con la colocación de las ventas; esto, más que viajar, era irse
asomando al país, como quien teme que se le acabe el mundo al dar un paso más
de lo absolutamente indispensable. En los coches viajaban sólo los poderosos;
las galeras eran el carruaje de la clase acomodada; viajaban en ellas los
empleados que iban a tomar posesión de su destino, los corregidores que mudaban
de vara; los carromatos y las acémilas estaban reservadas a las mujeres de
militares, a los estudiantes, a los predicadores cuyo convento no les proporcionaba
mula propia. Las demás gentes no viajaban; y semejantes los hombres a los
troncos, allí
donde nacían, allí morían.
Mejor que describir el vehículo es que
vean algunas imágenes de él y como parte del paisaje urbano de nuestra ciudad. Algunas fotos son relativamente
recientes:
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